Durante esta pandemia todos nos hemos familiarizado con palabras que seguramente no habíamos escuchado antes, como hisopo, PCR, antígeno o anticuerpo. Estas “nuevas palabras”, ya instauradas en nuestro vocabulario habitual, van ligadas a las pruebas diagnósticas para la detección de la COVID-19, pero ¿en qué se diferencian unas de otras? ¿Cómo funcionan? ¿Cuál es mejor y cuál es peor?
Las siglas PCR vienen del inglés “Polymerase Chain Reaction”, en castellano “Reacción en Cadena de la Polimerasa” (no se debe confundir con la proteína C reactiva, con la que comparte siglas en castellano, que es una proteína producida por el hígado que se analiza en una analítica de sangre). La PCR detecta el material genético del virus (en el caso del SARS-CoV-2, el ARN), a través de una muestra de exudado orofaríngeo y/o nasofaríngeo. Esta muestra la recogemos con lo que llamamos un hisopo, que es un palo fino y flexible coronado con una torunda que introducimos por la nariz hasta llegar a la nasofaringe, donde se rota la torunda durante unos segundos y se extrae. Es importante introducirlo lo suficiente, ya que si no se llega a la nasofaringe, que es donde se acumulan la mayor parte de virus, la prueba podría ser falsamente negativa. Es una prueba molesta, debido a la alta sensibilidad del tabique nasal, pero si se realiza correctamente y si el paciente no tiene ningún problema de salud o lesión en la nariz no tiene por qué resultar dolorosa.
La PCR tiene una alta sensibilidad, es decir, hay una alta probabilidad de que un sujeto enfermo dé positivo en la prueba. La PCR, al igual que el test de antígenos, es un test que permite diagnosticar la infección, porque detecta directamente la presencia del virus. Lo que no detecta es si el virus está activo o por el contrario son restos de su material genético que ya no puede contagiar, lo que dependerá de la fase de la enfermedad en la que se encuentre el paciente. Según varios estudios de la Sociedad Americana de Enfermedades Infecciosas, el virus parece ser más contagioso en el momento de inicio de los síntomas y tiene escasa capacidad de contagio tras 10 ó 14 días en el organismo.
Los test de antígenos confirman la presencia del virus al detectar sus proteínas, ubicadas en la superficie del mismo. Su especificidad, es decir, la probabilidad de que una persona sana dé resultado negativo, es similar a la de la PCR (esto quiere decir que el número de falsos positivos es bajo). Sin embargo, su sensibilidad es menor que la de la PCR, ya que necesitamos una concentración mucho más alta del virus para obtener un resultado positivo (mientras que con la PCR podemos llegar a detectar una molécula de ARN viral por microlitro, con los test de antígenos necesitamos miles o decenas de miles de proteínas del virus por microlitro para que el resultado sea positivo), lo que conlleva una mayor probabilidad de obtener falsos negativos en pacientes con menor carga viral.
Los test de antígenos, por tanto, pueden resultar muy útiles al principio de la infección, cuando la carga viral es más alta: desde unos días antes de la aparición de síntomas hasta 1 semana después. Son por el contrario poco útiles en personas asintomáticas, o transcurridos más de 7 días tras la aparición de los síntomas, por lo que no son recomendables para cribajes masivos donde se busca detectar a pacientes asintomáticos.
La técnica diagnóstica es la misma que en la PCR: la introducción de un hisopo por la nariz hasta la nasofaringe, con la ventaja de que el resultado es mucho más rápido (se puede obtener en 15 minutos), ya que no hay que analizar la muestra en ningún laboratorio (se realiza con un test rápido).
Los test de anticuerpos detectan moléculas que nuestro sistema inmune desarrolla en respuesta a la presencia de cualquier virus, en este caso al SARS-CoV-2. No detectan por tanto el virus en sí, por lo que esta prueba no debe usarse para diagnosticar una infección activa, ya que si el paciente está en la fase inicial de la enfermedad es más que probable que todavía no haya desarrollado anticuerpos. Lo que nos va a indicar el resultado es si la persona ha estado o no infectada y en caso afirmativo si ha desarrollado inmunidad contra la infección. Sirven, por tanto, más como herramienta epidemiológica que como herramienta diagnóstica.
Se analizan 2 anticuerpos: los IgM y los IgG.
Este test se realiza mediante una extracción de sangre, cuya muestra se envía al laboratorio para su posterior análisis.
Según el Ministerio de Sanidad, la realización de pruebas diagnósticas de infección activa por SARS-CoV-2 debe estar dirigida a la detección precoz de los casos con capacidad de transmisión, fundamentalmente a aquellas personas con síntomas compatibles con COVID-19 (cuadro clínico de infección respiratoria aguda de aparición súbita que cursa, entre otros, con fiebre, tos o sensación de falta de aire).
También se realizarán, si la situación epidemiológica lo permite, a contactos estrechos de casos confirmados (es decir, cualquier persona que haya estado sin medidas de protección adecuadas en el mismo lugar que un caso confirmado, a una distancia menor de 2 metros y durante más de 15 minutos).
En relación a las pruebas serológicas, según la evidencia actual la OMS únicamente recomienda su uso para determinadas situaciones y estudios, y con fines de investigación. No se consideran adecuadas para el diagnóstico de infección aguda, ni para la realización de cribados masivos.
Lo primero que hay que aclarar es que no hay una prueba que sea mejor o peor que otra, simplemente son pruebas diagnósticas diferentes que analizan cosas diferentes. Dependiendo del momento de la enfermedad en el que nos encontremos, de la existencia o no de sintomatología, o de su finalidad (diagnóstico o cribado) será más recomendable realizar una u otra. Podemos ver la evolución de la enfermedad y las diferentes pruebas diagnósticas a realizar en el siguiente gráfico:
Podemos llegar a la conclusión de que no existe un test perfecto, todos tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Además el diagnóstico de la enfermedad no se basa solo en un test microbiológico: estos ayudan, pero el médico tendrá en cuenta también otros aspectos clínicos, los síntomas y otras analíticas o pruebas.
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